Viaje hacia el origen: La fabulosa cosmogonía de Laura Hernández

Germaine Gómez Haro
RevistaViceVersa,
Septiembre 1998

De la generación de artistas oaxaqueños nacidos en los 60, Laura Hernández es la única mujer que ha conseguido proyección internacional.
OMNIA, exposición que actualmente recorre Europa, muestra una obra lúdica, vital, plena de elementos recurrentes y con fuertes reminiscencias prehispánicas, en la que prueba haber asimilado y trascendido la tradición plástica de su estado.

Las artes plásticas oaxaqueñas constituyen, hoy en día, un capítulo especial dentro de la historia del arte mexicano del presente siglo. La exposición Oaxaca. Plástica contemporánea a finales del siglo xx (1996) reveló que existen en la actualidad alrededor de 150 artistas en plena actividad en ese estado. Crisol en perpetua ebullición, Oaxaca —por la exuberante riqueza visual y por la carga mágico-religiosa que prevalece en sus culturas autóctonas— es tierra fértil para la creación artística; sin embargo, para los artistas plásticos, ser heredero de la tradición de figuras como Tamayo, Toledo, Nieto y Morales —según señala Luis Carlos Emerich en una reciente publicación— significa a la vez bendición y maldición. Todos los artistas oaxaqueños han abrevado —de una u otra manera y en menor o mayor grado— de estas fuentes; pocos han conseguido, a la fecha, asimilar las influencias y trascenderlas.

Laura Hernández, nacida en la ciudad de Oaxaca en 1960, pertenece a la generación intermedia de los artistas oaxaqueños activos hoy en día: Sergio Hernández, Rubén Leyva, José Villalobos, Luis Zárate, Emiliano López, Ariel Mendoza, entre otros. Como dato curioso, y seguramente significativo, entre el gran número de artistas que se han multiplicado en ese territorio y que participan continuamente en exposiciones tanto en México como en el extranjero, contamos únicamente con unas 25 mujeres, y entre ellas, Laura es la única que ha conseguido, hasta el momento, proyección internacional. Actualmente viaja por Europa su exposición OMNIA, inaugurada recientemente en el Museo Bochum de Alemania.

La formación artística de Laura Hernández se lleva a cabo en la ciudad de México, donde se traslada a vivir con su familia a la edad de cinco años. Sin embargo, de su tierra natal se lleva impresas en su memoria imágenes, colores, texturas, olores y sabores, vivencias de la infancia que la acompañarán a lo largo de su crecimiento en el ámbito urbano y que aflorarán años más tarde en su pintura. Fantasiosa desde niña, Laura lleva consigo, en lo más profundo de su ser, un rico bagaje de sueños y realidades vividas que se entrelazan en su imaginación y que darán lugar a su poética plástica.

Concluidos sus estudios en La Esmeralda, la joven pintora busca complementar su formación académica con una serie de experiencias vivenciales que acumulará a lo largo de numerosos viajes en el interior de la república mexicana, Estados Unidos, Europa, África del Norte y, recientemente, la India. En 1984 se instala en París, desde donde participa en exposiciones colectivas en varios países europeos. Desde 1993 reside y trabaja en Amsterdam. Entre todos sus itinerarios, la India juega un papel primordial. La exuberancia del subcontinente asiático es la fuente de inspiración que dio lugar a una nueva etapa en su creación plástica, trabajo realizado a lo largo de cuatro años y ahora reunido en la exposición que aquí nos ocupa y que sincretiza armónicamente las ideas plásticas y las preocupaciones filosóficas que surgieron de la experiencia hindú, entrelazadas con su pasión por las mitologías precolombinas.

Laura Hernández retorna en OMNIA uno de los fundamentos primordiales de la filosofía nahuátl: la metáfora de la flor y el canto, cuya traducción literal en esa lengua es In xóchitl, in cuícatl, y que tiene como significado la evocación de la poesía como expresión metafísica, en un intento de trascender la transitoriedad para alcanzar el tlaltícpac (lo supraterrenal, lo que nos sobrepasa).

OMNIA es un ambicioso proyecto conformado por pinturas, esculturas y objetos que se integran tanto al espacio museístico como a los elementos arquitectónicos del edificio que lo alberga. La obra plástica consta de varias series de pinturas al óleo y cuatro enormes acuarelas de 10 m de largo por 1.20 m de ancho, concebidas en torno a un tema central que hilvana toda la obra y que es la representación de los Cuatro Elementos: Tierra, Agua, Fuego y Aire; siete esculturas monumentales —número cabalístico— realizadas en cartón policromado en el taller de alebrijes de la familia Linares en el Distrito Federal, son una alegoría de las esculturas monumentales prehispánicas, las cabezas colosales olmecas; una colección de 52 calaveras en barro producidas por un grupo de niños dirigidos por la pintora en el poblado de San Antonino en Oaxaca. La obra, en su totalidad, está concebida ex profeso para adecuarse al espacio del museo e incitar a los espectadores a que participen activamente en su recorrido, dejándose invadir por imágenes y sensaciones que, además de propiciar el goce estético, suscitan la reflexión. Las pinturas hablan al espectador, y éste participa en la medida en que recibe e interpreta el mensaje transmitido por las imágenes.

La estructura de la gran instalación es extraordinariamente compleja por la diversidad de propuestas plásticas que se presentan. Por lo mismo, múltiples lecturas e interpretaciones se pueden desprender de ésta. para aproximarse a OMNIA es necesario tener en cuenta que la expresión plástica de Laura Hernández ha sido, desde sus inicios, enteramente lúdica aunque, asimismo, intensamente lúcida e instintiva. En su obra se funden la espontaneidad y la gracia de la libertad con el rigor técnico, el cuidado por la calidad de la factura y la solidez del planteamiento filosófico.

Al revisar la obra pictórica de Laura Hernández, es posible detectar ciertos rasgos que se han venido repitiendo, con sus variantes formales y conceptuales, y que ahora están también presentes en OMNlA. La característica más importante es -a mi juicio- el movimiento. La pintura de Laura rara vez presenta reposo; sus composiciones, unas veces circulares, otras veces intencionalmente caóticas, evocan ritmos pausados, bailes colorísticos, o marejadas vertiginosas: narraciones en perpetuo movimiento. Manantial de sensaciones en plena efervescencia. La segunda característica que destaca en su pintura es la constante repetición de las formas. Dependiendo del tema abordado, Laura elige el motivo central y lo repite numerosas veces dentro de la composición. En ocasiones, este recurso llega a provocar una sensación de caos —especie de horror vacui—, pero en realidad es una manera de crear el movimiento interior de la pintura por la vía del estilo. Las acuarelas de los Cuatro Elementos son un claro ejemplo: cada una evoca un tema específico, pero en todas encontramos elementos coincidentes y una misma disposición en el espacio, con lo cual se consigue la unificación estilística entre ellas y una sutil armonía visual del conjunto.

En cuanto a la temática, el punto de partida de OMNlA es la reflexión sobre la vida y la muerte, tópico recurrente en el trabajo de Laura, pero que cobra otra dimensión a partir de su experiencia con los ritos mortuorios que presenció en el Ganges. El itinerario de la instalación da comienzo en el territorio de la muerte, representado por un túnel negro que da acceso a la exhibición y que va preparando el ánimo del espectador para su entrada a la región de la vida, representada por los Cuatro Elementos. Así tenemos la presencia recurrente del caracol marino como símbolo del viento, que a su vez es movimiento y, por extensión, partícipe del acto fertilizador; el agua —representada por el pez y la rana— junto con las semillas arrojadas al desgaire por el viento-caracol, da origen cíclicamente a una nueva vida. Las alas de los pájaros que se funden con los rostros humanos de pronunciado perfil maya se hermanan con el viento y simbolizan la libertad; la luna, presencia inequívoca en el lenguaje plástico de esta artista, sugiere la noción abstracta del tiempo y, con su contraparte el astro solar, nos habla de la dualidad del día y la noche, la luz y las tinieblas. Estas mismas aves estilizadas colocadas en la cabeza de los personajes son metáfora de la libertad de pensamiento, y cuando se confunden con sus labios carnosos, nos recuerdan que la poesía es la facultad de expresar con libertad lo bello y lo verdadero. La presencia de Quetzalcóatl sintetiza las fuerzas del cosmos y el mundo terrenal, unión ideal del Tlalocan y el Mictlan.